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Relato Cerro Castillo

18/8/2018

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Por Marcelo Rivas
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Falsa cumbre, ubicada unos 12 metros debajo de la cumbre verdadera.
Las montañas son hermosas pero peligrosas, y hay gente cuerda que las prefiere por lo segundo. Todos los años el Club de Montaña de Valparaíso (MONVAL) realiza una expedición y para el 2018 se decidió hacer la travesía por la Reserva Natural Cerro Castillo en Aysén. La expedición contemplaba varias actividades opcionales, entre ellas la de subir el cerro que da nombre a la reserva, cuya cumbre tiene forma de torreones con caídas verticales (de ahí la alusión a Castillo). Esto le da un carácter técnico y expuesto al cerro, atributos que atraían a varios de los miembros más experimentados del club quienes buscaban un desafío acorde a su pericia. Personalmente, me atraía la idea de visitar esta montaña de montañistas pero no estaba seguro del nivel de riesgos que involucraba. Asumiendo que estos serían razonables le pedí a los más avezados que me considerarán en su aventura.
A mediados del año pasado se determinó que en Febrero del 2018 se haría la expedición. Marlenne, mi esposa, y yo decidimos sumarnos a un total de 14 participantes. En las reuniones de información citadas por Vanessa y Sandro --los organizadores-- se nos explicó el itinerario y actividades a realizar. La mayoría sólo participaría de la travesía por la reserva y un grupo de no más de 7 personas podría intentar la cumbre. Este límite estaba dado por los guías que contratamos, quienes nos dejaron claro que el cerro debía ser ascendido rápidamente para minimizar la exposición al frío y el constante desprendimiento de material. Para tal efecto, un grupo pequeño y homogéneo sería la mejor estrategia. La montaña no le llamaba la atención a Marlenne. Yo, por el contrario, quedé con su cumbre quemada en la memoria. Así, me inscribí en la lista de interesados. Esto me permitiría participar de su régimen de entrenamiento, lo cual usaría para estimar lo me esperaría en Patagonia.

Los torreones que defienden la cumbre del cerro son su principal obstáculo, no pueden ser sorteados sino que escalados. Para esto, Daniel, el director de la rama de escalada, y Claudia, otra experimentada escaladora del club, programaron varias sesiones de entrenamiento en las rutas de escalada de la Roca del Indio, Olmué. El objetivo era que todos pudiéramos subir una ruta con un grado de dificultad similar a las que encontraríamos en el cerro. En estas sesiones y en las reuniones sociales que les sucedieron pude conocer mejor a mis compañeros. Entre ellos estaba Fabio, a quien le movía el deseo de experimentar la naturaleza y la soledad que las montañas otorgan (lo llamamos “el poeta”). Sandro estaba motivado por deseos de hacer algo grandioso. De carácter gregario, para él ésto debía ser un trabajo en equipo, es decir, subir montañas chequeaba varios de sus requisitos.  A Vanessa, bueno, no sé qué motivaba a Vanessa pero dado que siempre ha sido de los miembros más fuertes del club me imagino que para ella el montañismo es algo para lo que nació con un don, el cual ella estaba aprovechando. Claudia y Daniel definitivamente estaban motivados por el deseo de sentir la vida hasta los huesos. “Si me muero en la montaña, moriré feliz haciendo lo que me gusta. Mejor eso a morir atropellada en la ciudad”, así me respondió Claudia cuando le pregunté como enfrentaba los altos riesgos asociados al montañismo. “Me siento libre escalando. Me da la sensación de estar volando, y mi sueño es volar”, así me dijo Daniel cuando le pregunté si tenía miedo a las alturas. No pude sino sentir admiración hacia todos ellos por la determinación con la que seguían sus intereses, pero me preguntaba ¿qué tipo de gente es ésta? ¿habrán nacido con una mutación que les quita el miedo a la muerte? Sólo en Helvia --la séptima integrante-- pude detectar el conflicto entre el júbilo de lograr algo difícil y el instinto de conservación de la integridad física. Personalmente, me movían elementos de Fabio, Sandro y Helvia. Desafortunadamente no tenía el don de Vanessa, pero afortunadamente no tenía la pasión de Claudia y Daniel.

Después de varios rapeles y escaladas en la Roca del Indio nos sentíamos listos. En mi caso, el miedo a una caída o a que el equipo fallara fue rápidamente mitigado por los consejos y palabras de ánimo de los más experimentados; yo subiría. Helvia tuvo sus dudas al comienzo. En una sesión de escalada no trepó más de unos cuantos metros. El vació que creaba a medida que ascendía le produjo un vértigo irremontable. Sin embargo, semanas antes de nuestra partida a Patagonia afirmó estar lista. Había practicado bouldering y se había comprado piolet y crampones para usarlos especialmente en el Cerro Castillo. Estaba decidido, Helvia también subiría.

El sábado 3 de febrero llegamos a Coyhaique. Recorrimos la ciudad y nos entrevistamos con Ignacio, Richard y Fernando, nuestros guías. Ignacio --el líder-- preguntó por nuestra experiencia. Sandro con orgullo le mencionó que en su haber estaban, entre otros, varios cerros demandantes como el Puntón Amarillo y el Plomo. A esto Ignacio manifestó suspicacia diciendo: “es que esos son cerros chaleros”. La frase nos sentó como una patada en el estómago, pero ratificó lo que esperábamos: este cerro sería un desafío. Discutimos la ruta, la cual contemplaba avanzar por una canaleta nevada de la cara oeste del cerro hasta llegar a un collado, de ahí avanzaríamos por los torreones realizando tres escaladas, cada una de unos 10 a 15 metros de altura.

El domingo siguiente comenzamos la travesía por la reserva. En el grupo íbamos Vanessa, Helvia, Sandro, y yo. Claudia, Daniel, Fabio, y los guias se nos unirán el miércoles siguiente en el campamento El Neozelandés, ubicado en el valle al oeste del cerro y que serviría de base para atacar la cumbre. A lo largo de la travesía traté en vano de divisar la cima del Castillo. Ésta siempre se mantuvo oculta en nubes. El día martes tuvimos malas noticias. Cuando pudimos tener señal telefónica los guías nos comunicaron que el miércoles y jueves habría mal tiempo y que el intento de cumbre debía ser postergado, si las condiciones lo permitían, para el sábado. Decidimos avanzar de todas maneras hasta El Neozelandés y esperar ahí que las condiciones meteorológicas  mejoraran. El día siguiente en la mañana llegamos a dicho campamento y a las pocas horas arribaron Fabio y Daniel pero venían sin mochilas. Habían dejado su equipo en la Villa Cerro Castillo y sólo se habían internado en la reserva para advertirnos que se aproximaba una tormenta, que habría frío, viento y lluvias. Con ésto en mente, decidimos bajar a la villa y esperar ahí a que la tormenta pasara. En el Neozelandés no había señal telefónica, y sin su advertencia hubiésemos permanecido dos días encerrados en nuestras carpas.

Llegamos el miércoles en la tarde a la villa, lo que nos dío tiempo para recorrer el pueblo y sus alrededores. Por suerte el pronóstico meteorológico era auspicioso para el viernes y sábado. Así, con los guías acordamos partir juntos el viernes temprano y atacar la cumbre el sábado por la madrugada. Nos acompañaría Patricio, quien había participado en la travesía y quería visitar las lagunas que están en el mismo valle del Neozelandés. La noche antes de partir tuvimos una reunión para verificar el equipo y discutir cualquier duda. Sandro dijo que ante la posibilidad de peligro se daría marcha atrás. Eso me dio confianza. Helvia, sin embargo, estaba reconsiderando su intención de subir. Fabio y yo le recomendamos desistir, argumentando que si tenía miedo lo mejor era abstenerse. Pero Claudia la animó diciéndole que ”no es bueno vivir con miedo”. Yo no estaba de acuerdo con su consejo pero sus palabras me resultaron motivadoras, más a Helvia que decidió ir hasta el campamento base y evaluar ahí su participación.

Al día siguiente partimos temprano. El sol alumbraba y todos íbamos con buenos espíritus. Hicimos una pausa en un campamento intermedio, los Porteadores. Habíamos ganado pocos metros de altura pero el frío se empezaba a sentir. Mientras descansábamos, con Helvia discutimos el significado de “cerro chalero”. Para salir de dudas  ella se acercó a Ignacio y le espetó a quemarropa: ‘’¿Por cerros chaleros quisiste decir cerros fáciles?”. Ignacio le respondió que un cerro chalero es aquel que tiene una larga caminata de aproximación (de ahí el uso de las chalas), no uno fácil. Interpreté su respuesta como un eufemismo piadoso. Continuando hacia El Neozelandés el cielo se nublaba y la temperatura bajaba rápidamente. El sendero era angosto y rodeado de un tupido bosque de lengas por cuyas copas se filtró una tenue y breve nevada. Llegamos al campamento a las 5 pm y armamos las carpas inmediatamente. Ahí nos encontramos con otro grupo que también intentaría la cumbre en la madrugada siguiente. Nos saludamos y discutimos los horarios de salida, determinándose que ellos seguirían de cerca nuestro avance. Era temprano aún pero el frío ya desmotivaba. Para entrar en calor Fabio, Patricio, y yo decidimos caminar valle arriba para visitar una de las lagunas. Sordos por los gorros que nos cubrían hasta las orejas transitamos por un sendero a lo largo del cual la vegetación se hizo rala y luego inexistente lo que nos otorgó la oportunidad de mirar el Castillo. Pudimos ver claramente la canaleta nevada por la que debíamos subir, pero en ese ambiente de silencio y frío la montaña aún ocultaba sus torreones en las nubes. Al momento de volver al campamento nos enteramos que Helvia había decidido no subir a la cumbre.

El frío siguió durante la noche pero en las carpas dormimos bien hasta las 4 am, momento en el cual un ruido horrible nos despertó. Era Sandro que cantaba a modo de reloj-alarma. Su canción era triste (algo sobre un vaquero que lamentaba la muerte de su amada) pero entonada con tanto entusiasmo que nos infundió ánimo a todos. Más aún, las torres del Castillo se dejaban ver a la luz de la luna. Bajo estos buenos augurios emprendimos la marcha a las 5 am, llegando rápidamente a la canaleta. En ese punto nos detuvimos para colocarnos los crampones y sacar los piolets, y nos despedimos de Helvia y Patricio, quienes hasta ahí nos acompañaron. La canaleta era empinada, con segmentos de hasta 50 grados, pero su ascensión no puso mayores obstáculos salvo un hoyo en el hielo que soslayamos por uno de sus costados rocosos. Cerca del collado la nieve dio paso a un suelo de piedra laja. En este terreno nuestras pisadas ponían en movimiento pequeñas piedras que a su vez desplazaban otras más grandes y así sucesivamente. Con este mecanismo varias rocas del porte de un microondas terminaron convertidas en bólidos canaleta abajo. Tuvimos que concentrarnos en cada paso para minimizar el desprendimiento de material sobre nuestros compañeros y el grupo que venía detrás de nosotros.

Llegamos al collado a las 8:30 am. Éste estaba flanqueado por dos paredes verticales. Nosotros debíamos subir por la izquierda. Ignacio comenzó a montar la ruta, instalando en la roca dispositivos removibles de los cuales sujetarse en caso de una caída. La pared no era difícil pero el frío obligaba a escalar con guantes y botas además de mochila. El resto de nosotros lo esperamos metros más abajo del collado para protegernos del viento helado que nos entumia rostro, manos y pies. Así transcurrieron unos 20 minutos cuando escuché un golpe seco y un grito de dolor reventar detrás de mí. Al girar vi a Vanessa sentada haciendo un vaivén mientras plañía. Su muslo derecho había sido golpeado por una piedra que se desprendió de la pared cuando Ignacio montaba la ruta. Por sus quejidos pensamos que eso significaba dar la vuelta pero ella se sobó la magulladura, se tomó unos segundos para sentir la pierna, y dijo “me va  salir un moretón pero sigamos no más”. ¡Uf! Minutos más tarde Ignacio terminó de armar los anclajes para asegurar a los que siguieran. Yo subí primero y luego lo hizo Sandro. El procedimiento fue repetido por Richard quien aseguró a Claudia y Vanessa, y despues por Fernando quien aseguró a Fabio y Daniel. El segundo largo de escalada fue más rápido. Con Sandro lo subimos sin problemas. Luego progresamos por un filo durante unos 45 minutos hasta la base del torreón que alberga la cumbre, al que llegamos a las 13:00 pm. Ahí tuvimos que detenernos y esperar, ya que las herramientas de escalada las estaban usando Richard y Fernando para asegurar a sus respectivas cordadas.

Una hora después llegaban Claudia y Vanessa, y pronto le siguieron Fabio y Daniel. Ahí me enteré que el grupo que nos seguía había desistido. La espera en el frío y la constante caída de rocas les hizo dar la vuelta. Para entonces ya eran las 2 pm y Fernando manifestaba que era muy tarde para hacer cumbre. Aún así, Ignacio montó la última ruta deteniéndose a medio camino de ésta para remover una chapa de aseguramiento que meses antes otro escalador había instalado. Para él, el Cerro Castillo es un monumento natural que debe preservarse prístino. El principio hizo eco entre nosotros. A Ignacio le costó terminar de subir el último torreón. Hacía frío y la ruta estaba a la sombra, pero con esfuerzo llegó a la cima a las 3 pm. El tiempo corría en nuestra contra, por lo cual, solo uno de nosotros podría seguirle. Sandro nos preguntó a cada uno si quería hacer cumbre. Sentí, y creo que el sentimiento fue colectivo, que ese privilegio debía recaer en Daniel, el mejor escalador entre nosotros. Daniel en cambio rechazó el ofrecimiento. Para él o subíamos todos o ninguno. Al final fue ninguno. No fue una decisión difícil; siempre en el grupo primó la seguridad por sobre el atrevimiento, incluso en quien soñaba volar. Pero esa era solo la mitad del camino, y lo mejor estaba por venir.

En todo este trámite lo que más me estresó no fueron las escaladas sino los trayectos entre ellas. Éstos eran retallos en las paredes de los torreones o angostos filos entre despeñaderos. Después de descansar unos minutos  --los cuales Vanessa aprovechó para seguir sobando su pierna-- comenzamos el descenso. Mientras bajaba por los filos traté de mantener mi centro de gravedad bajo y al transitar por los bordes expuestos siempre busqué un asidero del cual asegurarme. En uno de estos pasos no encontré un manera evidentemente segura para transitar. Fabio ya lo había avanzado así es que le grité  ”¿cómo se baja esto?”, a lo que me respondió ”despacito”. Consejo vago pero efectivo con el cual pude alcanzar al poeta en el retallo antes del último rapel. Ahí Fabio miró hacia el despeñadero que estaba a nuestras espaldas y me dijo ”¿En qué nos hemos metido? Nunca he estado tantas veces a tan pocos metros de mi muerte”. Eso sí, lo dijo sonriendo. ¡Interesante! Mientras él rapeleaba me quedé solo con Ignacio. Al igual que Fabio y los otros, él no mostraba signos de preocupación. Ésto me hizo pensar que tal vez era yo quien estaba sobreestimando los riesgos. Para evaluar esta hipótesis le pregunté: “¿cuánta gente ha muerto en el Castillo?”. Calmadamente y sin dejar de atender las cuerdas me dice: ”unas 30 personas” (no recuerdo bien el número pero estaba en el orden de las decenas). Decidí que lo mejor era seguir bajando en silencio. El resto del descenso no tuvo complicaciones. A nuestra llegada al campamento, ya de noche, nos recibieron con sonrisas Patricio y Helvia. Habíamos pasado 15 horas en la montaña. Patricio nos esperaba con risotto, una de las cenas más sabrosas que alguna vez haya probado.

Ya de vuelta en Valparaíso pude analizar la expedición. Fue una gran experiencia, en la cual bajé de la montaña mejor que cuando la subí. Fui capaz de hacer las escaladas sin atrasar a mis compañeros y pude seguirles el paso por derroteros expuestos sin perder la calma. Como grupo, observar a nuestros guías montando las rutas de escalada nos proveyó de muchos conocimientos prácticos así como conciencia de lo que aún nos falta por aprender. Pero el Cerro Castillo me enseñó algo inesperado: que el montañismo no termina en las montañas. Hoy, Helvia continua preparándose en escalada. Desde entonces ha completado varias rutas. Vernos partir hacia la cumbre sembró en ella una inquietud que no se ha podido sacudir. Sandro, Claudia y Vanessa ahora son el presidente, vicepresidenta, y directora de montaña del MONVAL. Desde ahí siguen planificando entrenamientos y salidas. Fabio tomó el lugar de Daniel como director de escalada, y Daniel ahora se prepara en escalada tradicional. Yo me sigo sumando a sus aventuras para algún día llegar a ser nosotros quienes montemos nuestras rutas de escalada.

Participaron:

Vanessa Mella
Sandro Biso
Claudia González
Daniel Retamales
Fabio Carrera
Helvia Cruz
Juan Patricio Carvajal
Marcelo Rivas
Ignacio, Richard y Fernando (guías
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